Bernard Arnault, el 4to hombre mas rico

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Por mucho que asista a la presentación de sus colecciones y que se deje fotografiar en los eventos organizados por su grupo, Bernard Arnault, presidente de Louis Vuitton-Möet Hennessy (LVMH), sigue siendo un misterio.

Fuera de sus familiares más directos, nadie sabe quién es este hombre que se oculta detrás de su papel. ¿Y cuál es su papel? Hacer crecer y multiplicar las capillas del lujo -marcas, distintivos, tiendas-, esos lugares de felicidad y perdición que componen su universo. Y este término no es exagerado, porque, con la Red, su imperio, en el que trabajan unas 46.000 personas de las que más de la mitad no habla francés, llega a todo el planeta.

En once años de trabajo ha multiplicado por 15 el valor de LVMH, cuya facturación y beneficios han aumentado un 500%. Todo lo que toca se transforma en euros. Además de su imagen de empresario que domina todos los hilos de la empresa, hay otras dos o tres cosas que se saben de él: que se atrevió a desafiar a la alta costura francesa, poniéndola en manos de anglosajones rebeldes; que le entregó Dior a Galliano y Givenchy a McQueen, y que se jugó el futuro de Vuitton y de Celine confiando en dos americanos, Marc Jacobs y Michael Kors.

Bernard Arnault es también amigo de algunas primeras y grandes damas como Bernardette Chirac, Claude Pompidou o Hillary Clinton que, por él, aceptó inaugurar en Nueva York, en plena campaña electoral, el rascacielos de la LVMH. También se sabe que colecciona cuadros de pintores contemporáneos, que vivió hasta los 22 años en casa de su abuela y que su bellísima mujer, Hélène, es una excelente pianista. Él también es un gran aficionado a este instrumento. Para lo demás, hay que leer la prensa económica, donde desde hace año y medio se puede seguir la guerra Pinault-Arnault, que moviliza todas las trincheras con un objetivo: Gucci. Pues bien, este gran personaje sale de su silencio habitual y, por fin, habla de sí mismo, de su juventud, vida privada, convicciones religiosas y políticas y su filosofía de la empresa. Recientemente se ha publicado en Francia un libro de entrevistas de Yves Messarovitch, La pasión creativa (editorial Plon), en el que se muestra a corazón abierto.

Pregunta.- En él, usted hace un vibrante homenaje a los creativos. ¿Se considera un hombre apasionado? 
Respuesta.- Por naturaleza, no soy una persona especialmente exuberante. Soy originario del norte de Francia (Normandía) y, por lo tanto, más bien reservado. Pero sólo aparentemente. La realidad es muy distinta, porque la verdad es que soy un apasionado de lo que hago. Y hay que serlo, porque, de lo contrario, nada merecería la pena.

P.- Siempre ha dicho que no le atraen los medios de comunicación y, sin embargo, ahora cuenta su vida en un libro. ¿Por qué? 
R.- No soy una persona mediática, pero pienso que la función del dirigente de un grupo mundialmente conocido, que posee las marcas más bellas del planeta, exige a menudo colocarse en la primera fila del escenario. Es parte de la alquimia para triunfar.

P.- ¿En qué consiste el resto de esa alquimia? 
R.- En la facultad de hacer trabajar, de forma constructiva, al conjunto de personajes aparentemente opuestos, creadores y managers, dejándoles mucha libertad creativa, pero haciendo que todo funcione de una forma armoniosa y se traduzca en productos que se vendan.

P.- ¿Es Internet un buen canal para que eso se lleve a cabo? 
R.- Internet es un universo interesante. De hecho, hemos invertido en la Red el 5% de nuestros activos, pero lo que me motiva permanentemente es el desarrollo de LVMH. Lo esencial, lo que más me hace vibrar es el crecimiento del conjunto con nuevos productos, nuevas tiendas y nuevas marcas. Desde que tomé las riendas del grupo hace once años, LVMH ha pasado de 12 a 45 marcas. De hecho, nuestra expansión no tiene límites, dado que gestionamos un grupo como si cada marca fuese independiente.

P.- ¿Compraría Chanel si se vendiese?
R.- Que yo sepa, no está en venta. Es una marca formidable con la que mantenemos, a pesar de ser competidores, excelentes relaciones, así como con su creador, Karl Lagerfeld.

P.- Dior es uno de sus grandes éxitos. ¿De dónde le vino su pasión por esta marca? 
R.- En el momento en que me hice con las riendas de Boussac, me di cuenta de la oportunidad de desarrollar Dior para convertirla en la base de un gran grupo de lujo. Y me ocupé de ello personalmente, desde el principio, instalando mi oficina en la avenida Montaigne de París.

"Lo esencial, lo que más me hace vibrar es el crecimiento del conjunto con nuevos productos, nuevas tiendas y nuevas marcas. Desde que tomé las riendas del grupo hace once años, lvmh ha pasado de 12 a 45 marcas. De hecho, nuestra expansión no tiene límites"

P.- ¿Cómo puede entenderse con John Galliano en la administración de Dior? Está usted en las antípodas del diseñador... 
R.- Siento una gran admiración por los creativos. Recuerdo la primera vez que Galliano vino a mi despacho con toda una serie de documentos sobre Dior. Es verdad que, al principio, su look me parecía un poco extraño y, cuando le vi entrar con su peinado rasta, me dije: su aspecto es realmente diferente al del señor Dior. Después, hablamos y pronto surgió una buena química. Él abrió su maletín con sus proyectos y me parecieron extraordinarios. Entonces, vi su lado genial.

P.- Los artistas son muy susceptibles. ¿Tuvo que decirle alguna vez: "Esto no me gusta, John, has ido demasiado lejos"? 
R.- Le suelo dejar claro todo lo que pienso y en muy pocas ocasiones le tengo que decir que va demasiado lejos. Después de algunos desfiles, incluso llegué a reprocharle, riendo, que había sido demasiado recatado. Galliano no es un hombre de marketing que aplica recetas. De hecho, tiene ideas innovadoras que todo el mundo copia. Es un auténtico creador y eso es lo que necesitamos en Dior. El marketing, por muy creativo que sea, no basta para dar aliento y modernidad a una marca tan prestigiosa.

P.- Sin embargo, con John Galliano, que no tiene miedo a nada, ¿no han perdido esa franja de clientes que representan, para una institución como Dior, las mujeres que tienen más de 23 años y a las que todo eso choca un poco? 
R.- No. En las tiendas Dior se pueden encontrar vestidos clásicos en los que, en vez de incluir diez ideas diferentes como en las modelos que se ven desfilar en la pasarela, llevan sólo una o dos innovaciones. El resultado es seductor: las ventas se han multiplicado por cuatro. Y siguen aumentando...

P.- El señor Dior decía en 1948: "Lo que cuenta en las críticas no es que sean buenas o malas, sino que salgan en portada". ¿Está de acuerdo con él?
R.- Tuvo una ocurrencia que aún está de actualidad.

P.- Pero no todo es ganar dinero. El mecenazgo de LVMH -estoy pensando en las exposiciones de Poussin, Cézanne, Millet, Van Gogh, La Tour, Picasso, Chardin- , ¿lo explota para conservar su buena imagen?
R.- Lanzamos esta política de mecenazgo en 1990 para intentar devolverle a la sociedad y al universo artístico lo que él nos ha prestado con el éxito económico de nuestras creaciones. Tener una imagen vinculada únicamente a los beneficios y al crecimiento no es positivo. Nos interesa muy especialmente la juventud, las escuelas, la música y los jóvenes virtuosos a los que prestamos, al comienzo de su carrera, instrumentos tan fabulosos como los stradivarius de nuestra colección. Todo esto crea un vínculo de pertenencia basado en algo más que en la pura y dura rentabilidad económica. Además, a nuestros accionistas les encanta esta actividad que le da una imagen más amable al grupo.

P.- ¿Qué influencia tiene su mujer sobre usted? ¿Se interesa por sus negocios? 
R.- Soy un hombre que intenta agradar a los clientes y que, por lo tanto, hace lo posible por agradar a las mujeres. La mía es el arquetipo de la clienta. Por eso la escucho, aunque eso no quiere decir que comparta siempre sus opiniones. De hecho, algunas veces también se equivoca. Por ejemplo, cuando eligió algunos perfumes que después no funcionaron. En cuanto a los creadores, discutimos y ella me da su punto de vista. Como es artista tiene una gran sensibilidad y conecta bien con ellos.

P.- ¿Su trabajo le permite hacer vida familiar? 
R.- Sí, intento ver todos los días a mis hijos y no regreso nunca a casa más tarde de las 20.30 horas. Por la mañana, desayunamos todos juntos y, el fin de semana, no nos separamos. Superviso sus deberes e intento ver con ellos qué es lo que va bien y lo que va menos bien. Esta complicidad familiar me hace estar en contacto permanente con la realidad.

P.- Es muy discreto sobre su tren de vida y, cuando le preguntan si posee un castillo, responde: "Mi grupo posee dos soberbias fortalezas, el Château d'Yquem y el Château Cheval Blanc". En cambio, no dice ni una palabra sobre su casa de Saint-Tropez. ¿Por qué?
R.- Para proteger mi vida privada. Es mejor así.

P.- Socio del tenista Guillermo Vilas, disputó con él un partido contra McEnroe y Lagardière. ¿Le molestó que la prensa hablase de ello? 
R.- A pesar de la cancha que le dieron al asunto, no me sentó mal. Y por mucho que juegue tres horas por semana, estaba francamente impresionado de tener al otro lado de la red a McEnroe. En el tie break, cuando serví contra él y le vi fallar el resto, me sentí muy feliz... Hasta el siguiente intercambio, que ni vi pasar la bola.

P.- En el libro usted dice: "La izquierda tiene ideas y, aunque no se compartan, hay que admitir que intenta llevarlas a la práctica. La derecha vive un gran parón en este ámbito". ¿Qué es lo que más le reprocha a la derecha? 
R.- Que, cuando llega al poder, no aplica el programa que sus electores esperan de ella. Y que olvide que es la empresa privada la que crea la riqueza de una nación. Cuando el Estado la grava demasiado, corre el riesgo de asfixiarla.

P.- A sus 50 años, ¿ha previsto ya quién podría ser, algún día, su sucesor? 
R.- Tengo un número dos, Mike Ullman, que es el director general de LVMH desde hace un año. Un hombre excepcional.

P.- ¿Cuáles diría que son su principal virtud y su principal defecto? 
R.- La pasión y la impaciencia. Una mirada a su reloj y la entrevista concluye. Ha durado una hora y media. Bernard Arnault, esta vez, ha tenido mucha paciencia.